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San Martín en España

EL JOVEN SAN MARTÍN 

Sacando cuentas, fueron cinco años en su Corrientes natal, apenas uno en la Buenos Aires de la colonia, y el resto en la convulsionada España que lo vió crecer, primero como un aplicado escolar orgullo de la familia y más tarde como un militar de herencia, precoz entre los precoces.

De los apretados y contados datos de que se dispone, compilados ahora en un libro de edición española, surge un joven duramente entrenado en un regimiento con numerosas experiencias de combate vividas en plena adolescencia, que alcanzó su primer grado militar a los 15 años y que era, en suma, un veterano cuando se embarcó de regreso al Río de la Plata para luchar contra la dominación de sus propios ancestros, ya que era hijo de un militar de la Corona.Madrid fue la ciudad que don Juan eligió para instalarse con la familia a la espera de alguna designación en algún solar de la patria propia.

Fueron dos años de tensa espera, en medio de una apretada situación económica. Finalmente, en 1785, le fue concedido un retiro en Málaga, donde, una vez instalado, decidió llevar una vida tranquila y concentrar sus mayores esfuerzos en la educación de los hijos.La infancia del prócer en la Málaga portuaria de influencia mora transcurrió bajo los legados paternos del amor a Dios y el respeto a un orden exacto y armónico, según testimonia el historiador militar José María Garate Córdoba en un trabajo incluido en el libro Vida española del General San Martín, editado recientemente por el Instituto Español Sanmartiniano. Las enseñanzas de don Juan tenían como complemento y contrapeso a la vez el modelo de madre cariñosa y educadora, dedicada todo en el hogar, encarnado en Gregoria Matorras.Apenas tres cuadras debía caminar José desde su casa de la calle Pozos Dulces hasta la Escuela de las Temporalidades, donde estudió durante seis años.”

“La lectura, la escritura, la gramática, la ortografía, la artimética, el catecismo y los principios de moral integraban los curriculos de una escuela donde los exámenes eran públicos, con la intimidatoria presencia in situ de autoridades civiles y eclesiásticas de la ciudad, que cumplían la función de otorgarle algo más que rigidez académica a las sesiones.El José escolar no tenía mayores dificultades. Todo lo contrario: un cóctel de inteligencia y la precocidad lo distinguían del resto. Su ortografía mereció más de una felicitación y su facilidad para el dibujo era asombrosa. Su talón de Aquiles era el latín.

Un día como otros don Juan decidió que había llegado la hora de que José se convirtiera en un cadete militar. Al menor de los hermanos no le quedó otra alternativa que aceptar los dictados de la herencia e ingresó, en julio de 1789, al regimiento de Murcia, “el leal”. Los requisitos establecían que la edad mínima para la admisión de los hijos de oficiales era de doce años, pero el peso de un padre con trayectoria posibilitó que el chico entrara a los 11 y cinco meses.

En los primeros tiempos en el regimiento, el cadete preadolescente José Francisco de San Martín recibió doctrina sobre la importancia de la subordinación y el aseo, y fue alertado sobre la conveniencia de “evitar en las modas aquellos excesos que ridiculizan a la juventud, la afeminan, y trastornan el modo sólido de pensar”, según lo establecía una ordenanza interna.

En los colegios de regimiento la vida estaba absolutamente pautada. Levantarse a las cinco y media o seis, según la estación del año. Luego aseo, oración, asistencia a misa y desayuno. De doce a tres, comer y dormir la siesta. De tardecita, merienda y rosario, y no mucho más allá de las diez de vuelta a la cama. Los reglamentos no obligaban a los cadetes a dormir en los cuarteles y justamente José era de los que por las noches optaban por la calidez de la casa paterna.Se buscaba crear oficiales de resistencia a toda prueba. Por eso, los juegos y deportes eran obligatorios, aunque servían también como una forma de desahogo. La esgrima, el baile, la equitación y hasta los bolos y alguno que otro juego de pelota -o simplemente correr y saltar- eran las posibilidades.

Por cuestiones prácticas, José no llegó -como si lo hicieron sus hermanos- a cumplir con los cinco años estipulados para los cadetes. No tenía 13 años cuando, en setiembre de 1790, formó parte de un destacamento a Melilla, una ciudad de dominio español en el norte de África, donde 45 años antes había combatido su padre. Muley Yasid, sultán de Marruecos, había declarado la guerra, y allí fue el regimiento de Murcia con un José sin experiencia aún en los campos de batalla, pero ya preparado para entrar en combate a la par del resto. La expectativa se prolongó durante siete semanas, pero el bautismo de fuego quedó para otra oportunidad.

Bautismo de fuego (1791)

No fue en la misión a Cartagena en abril de 1791. Ni en el destacamento a Mazalquivir, en junio del mismo año. El momento tan esperado y temido a la vez llegó por fin la noche del 27 de julio, en Orán -norte de Argelia-, una ciudad devastada por un terremoto que había sido fácil presa de los moros, ocupantes de España durante ocho siglos.La compañía que integraba José -que había solicitado ser granadero- participó en un combate dirigido a neutralizar una mina que el enemigo había colocado para dañar las murallas de un fuerte español. La operación fue exitosa.

Tiempo después, ya suspendidas las hostilidades, el regimiento retornó a España, y con él José y una invalorable experiencia acumulada.Durante la guerra entre España y la Convención Francesa -declarada en 1793- fue honrado con su primer cargo: subteniente. Estaba lejos de ser un adulto: tenía apenas 15 años. El conflicto le dejó grandes enseñanzas. En Vida española...Eduardo Fuentes y Gómez de Salazar señala “las marchas y contramarchas de cientos de kilómetros que endurecieron su resistencia física”, además de “las maniobras y combates en las alturas, que parecen el más adecuado entrenamiento para la posterior intervención en las majestuosas cumbres de los Andes”.

Ya con el grado de segundo teniente -que alcanzó a los 17 años- intervino activamente en las guerras contra Gran Bretaña y Portugal. Aunque los datos documentales de ese período no abundan, se sabe que durante 1797 anduvo caboteando por la costa norteafricana en la fragata Santa Dorotea, que finalmente fue presa del Lion, un buque inglés. Entonces, José fue hecho prisionero y trasladado a Londres.“Si el temple de las almas, como el del acero, se consigue con dosis alternativas y violentas de calor y frío, parece claro que para el espíritu de San Martín, el período comprendido entre 1796 y 1802 debió constituir una verdadera y continuada ducha de agua helada que contrastaba con la cálida euforia de la etapa anterior”, grafica Fuentes y Gómez de Salazar.

Es que entre los dieciocho y los veintitantos, el joven José vivió una etapa frustrante, luego de años en los que se había acostumbrado a los ascensos y a las distinciones.Se embarcó en una flotilla de segunda línea que cosechó fracaso tras fracaso. Fue tomado prisionero.

Tuvo una discreta participación en la guerra ante Portugal y hasta estuvo a punto de ser linchado por un grupo de bandidos que lo hirieron de gravedad. Pero los buenos tiempos retornaron. Y tiñeron la historia siguiente del hombre joven curtido de todo, que unos años más tarde respondió al llamado del terruño, se tomó el barco e hizo la América. 

(Extractado de: Torresi, Leonardo, La Nación, 24-12-1994)

Discurso

SAN MARTÍN Y LA TRADICIÓN NACIONAL[1] 

En vísperas del aniversario del fallecimiento del General San Martín, nos parece interesante reflexionar sobre la figura del libertador de Sud América, en relación a la tradición nacional. No tiene mucho sentido limitarse a repetir datos por todos conocidos, en relación a los próceres, sin procurar que su actuación sirva de ejemplo y guía para el presente. Y, para eso, es necesario ir más allá de los hechos, tratando de investigar la causa de los hechos. Puesto que, “la historia es en esencia justicia distributiva; discierne el mérito y la responsabilidad” (Font Ezcurra).

En momentos de honda crisis en nuestra patria, no podrá restaurarse la Argentina, mientras no se afiance en sus raíces verdaderas. Ocurre, sin embargo, que desde hace unos años han surgido de la nada, presuntos historiadores, empeñados en desmerecer la personalidad y la obra de los próceres, sembrando confusión y desaliento. En realidad, el intento de desprestigiar a quienes consolidaron la nación, comienza muy atrás en el tiempo. Recordemos por ejemplo, lo que escribió Alberdi, en su libro El crimen de la guerra (T. II, pg. 213): “San Martín siguió la idea que le inspiró, no su amor al suelo de su origen, sino el consejo de un general inglés, de los que deseaban la emancipación de Sud-América para las necesidades del comercio británico”. Por cierto que no ofrece ninguna prueba de lo que afirma, y, a 155 años de su muerte, nunca se ha exhibido algún indicio del apoyo o recompensa por parte de Inglaterra, que debería haber existido si fuese cierta la sospecha.

Incluso en el exilio en Europa, durante un cuarto de siglo, muchos visitantes pudieron comprobar que vivió apenas con lo necesario, y hasta con penurias económicas, en algún momento.En cambio, un personaje de poca monta, Saturnino Rodríguez Peña, que ayudó a escapar al General Beresford y otros oficiales ingleses, que estaban internados en Luján, luego de la invasión de 1806, fue premiado por sus servicios al Imperio Británico, con una pensión vitalicia de 1.500 pesos fuertes. Por su parte, otro General argentino, Carlos de Alvear, siendo Director Supremo de las Provincias Unidas, firmó dos pliegos, en 1815, dirigidos a Lord Stranford y a Lord Castlereagh, en los que decía: “Estas provincias desean pertenecer a la Gran Bretaña, recibir sus leyes, obedecer a su gobierno y vivir bajo su influjo poderoso.” Estos documentos se conservan en el Archivo Nacional, y prueban una actitud que nunca existió en San Martín, cuya conducta fue siempre transparente y sincera. 

Los ejemplos mencionados de Alvear y de Rodríguez Peña, hacen necesario rastrear el pasado para tratar de entender el motivo de sus actitudes. Desde antes de la ruptura con España, ya habían aparecido en el Río de la Plata dos enfoques, dos modos de interpretar la  realidad, diametralmente opuestos:

l) el primer enfoque, nace el 12-8-1806, con la Reconquista de Buenos Aires, y podemos llamarlo Federal-tradicionalista;

2) el segundo enfoque, surge en enero de 1809, con el Tratado Apodaca-Canning, celebrado entre España e Inglaterra, cuando este último país, que había sido derrotado militarmente en el Río de la Plata, ofrece una alianza a España, contra Francia, a cambio de facilidades para exportar sus productos. A este enfoque podemos llamarlo Unitario-colonial. 

No caben dudas de que San Martín se identifica con el enfoque tradicionalista, que se manifiesta con el rechazo de las invasiones inglesas, se afianza con la Revolución de Mayo y la guerra de la independencia y culmina en la Confederación Argentina, con el combate de la Vuelta de Obligado. Quienes atacaron a San Martín y trabaron su gestión, hasta impulsarlo a alejarse del país, se encuadran en el enfoque unitario.

Son quienes consideraban más importante adoptar la civilización europea, que lograr la independencia nacional, y por “un indigno espíritu de partido” -decía San Martín- no vacilaron en aliarse al extranjero en la guerra de Inglaterra y Francia contra la Confederación. Lo mismo hicieron en la batalla de Caseros  -cuando se aliaron  con el Imperio de Brasil-, donde llegaron a combatir 3.000 mercenarios alemanes contratados por Brasil. San Martín llegó a la conclusión de que “para que el país pueda existir, es de absoluta necesidad que uno de los dos partidos en cuestión desaparezca” (carta a Guido, 1829). 

Una de las vías de difusión de la mentalidad unitaria-colonial, fue la masonería, que influyó en algunos próceres. Rodríguez Peña, por ejemplo, fue uno de los 58 residentes en el Río de la Plata, que se incorporaron a las dos logias masónicas instaladas durante las invasiones inglesas (Estrella del Sur, e Hijos de Hiram). Otros dos formaron parte de la 1ra. Junta de gobierno: Mariano Moreno y Castelli (Memorias del Cap. Gillespie).Curiosamente, se ha pretendido vincular a San Martín a la masonería, cuando, además de no existir ninguna documentación que lo fundamente, toda su actuación resulta antinómica con los principios de dicha institución, cuyos miembros lo atacaron permanentemente, en especial Rivadavia (iniciado en Londres, integró la logias Aurora y Estrella del Sur).

De todos modos, en los años 1979/80, un investigador argentino consiguió terminar con cualquier duda, al recibir de las Grandes Logias de Inglaterra, de Irlanda y de Escocia, la confirmación oficial de que San Martín nunca estuvo afiliado a la masonería, y que la Logia Lautaro -que cumplió un rol importante en el proceso emancipador-, fue una sociedad secreta con fines políticos, y no tuvo ninguna relación con la masonería. El enfoque Unitario-colonial, está influenciado por el iluminismo y el romanticismo, que se puede sintetizar en una frase de Sarmiento: “los pueblos deben adaptarse a la forma de gobierno y no la forma de gobierno a la aptitud de los pueblos”.

Precisamente lo contrario sostenía San Martín: “a los pueblos no se les debe dar las mejores leyes, sino las mejores que sean apropiadas a su carácter”.Podemos resumir las diferencias entre ambos enfoques, en el enfrentamiento que tuvo San Martín con Rivadavia, desde que volvió a Buenos Aires, en 1812, hasta su alejamiento definitivo (1824). El mismo año de su llegada, le tocó a San Martín intervenir en el pronunciamiento militar que desalojó al Triunvirato, integrado por Rivadavia.

La decisión obedeció a la incompetencia del gobierno que no acertaba a entender hasta donde se extendía la patria, y actuaba como si se limitara a la ciudad de Buenos Aires. Entre otros errores, ordenó el regreso del Ejercito del Norte que, de no haber sido desacatada por Belgrano, habría permitido que el ejército realista llegara al Paraná.     Con respecto al interior, Rivadavia, que se ufanaba de no haber pasado nunca más allá de la plaza Miserere, insistía en tratar a las provincias con altanería, considerando que la autoridad debía estar concentrada en la capital. San Martín, no solo veía al interior como una parte del país que debía complementarse con Buenos Aires, sino que ambos debían integrar una unidad superior; primero, la unión de los virreinatos de Lima y el Río de la Plata, más la Capitanía de Chile; luego, la América Española, como una nación desprendida del imperio español. Con respecto al exterior, Rivadavia aspiraba a mejorar nuestra vida pública hasta ponerla en línea con los modelos europeos. Pretendía captar el apoyo de Inglaterra y Francia, con el ofrecimiento de buenas ganancias, y la disposición a acatar sus directivas. Veía el futuro argentino en el presente de Europa. San Martín, por el contrario, creía que Europa estaba en el pasado, la España perdida se reencontraba en América, la Europa caduca rescataba aquí su juventud.

Procuró, sí, que alguna potencia extranjera jugara a favor nuestro, para lo cual definía previamente un objetivo, al que debían supeditarse las negociaciones posibles. La cultura de un pueblo se mantiene vigorosa, cuando defiende sus tradiciones, sin perjuicio de una lenta maduración. La identidad nacional se deforma cuando se corrompe la cultura y se aleja de la tradición, traicionando sus raíces.

La nación es una comunidad unificada por la cultura, que nos da una misma concepción del mundo, la misma escala de valores. Se proyecta en: actitudes -costumbres - instituciones.

La nacionalidad es tener glorias comunes en el pasado;  voluntad común en el presente;   aspiraciones comunes para el futuro. Quienes pretenden suprimir del calendario el Día de la Raza, instituido por el Presidente Irigoyen, amenazan con dejarnos sin filiación, sin comprender que la raza, en este caso, no es un concepto biológico, sino espiritual. Constituye una suma de imponderables que hace que nosotros seamos lo que somos y nos impulsa a ser lo que debemos ser, por nuestro origen y nuestro destino. Ese sentido de raza es el que nos aparta de caer en el remedo de otras comunidades cuyas esencias son extrañas a la nuestra. Para nosotros, la raza constituye un sello personal inconfundible; es un estilo de vida. 

La identidad nacional, está marcada por la filiación de un pueblo. El pueblo argentino es el resultado de un mestizaje, la nación argentina no es europea ni indígena. Es el fruto de la simbiosis de la civilización grecolatina, heredada de España, con las características étnicas y geográficas del continente americano. Un modelo del criollo, fue Hernandarias, nacido en Paraguay dos siglos antes de la emancipación, y que fue reelegido varias veces como Gobernador del Paraguay, y verdadero caudillo de su pueblo.

Lo que caracteriza una cultura es la lengua, en nuestro caso el castellano. Los colonialistas consideraban a este un idioma muerto, pues no era la lengua del progreso, y preferían el inglés o el francés.Dos siglos después, muchos argentinos manifiestan los mismos síntomas del complejo de inferioridad. Muchos jóvenes caen en la emigración ontológica; en efecto, se van a otros países, creyendo que van a poder ser en otra parte. Olvidan la expresión sanmartiniana: serás lo que debas ser, sino no serás nada. 

Con respecto a las instituciones, el embrionario Estado argentino adoptó el federalismo, que respetaba la autonomía de las provincias históricas. De allí que la Constitución de 1819, de cuño liberal, provocó resistencia en el interior. Las autoridades porteñas ordenan al Ejército del Norte y al de San Martín que interrumpan las acciones militares contra los realistas, para enfrentar a los caudillos. San Martín desobedece pues era evidente la prioridad de continuar la campaña libertadora. Belgrano renuncia al mando; y uno de los jefes de su ejercito, el Cnel. Juan Bautista Bustos subleva a las tropas en la posta de Arequito, comenzando un largo período de luchas civiles.

Recién con la Constitución de 1853, se pudo afianzar la organización institucional, pues en su texto se logró un equilibrio entre el interior y Buenos Aires, al respetarse los pactos preexistentes, que menciona el Preámbulo, en especial el Pacto Federal de 1831, ratificado por el Acuerdo de San Nicolas (1852), en que las provincias resolvieron organizarse bajo el sistema federal de Estado. La emancipación de los países americanos coincide con el surgimiento del constitucionalismo escrito, y por lo tanto es lógico que quienes conducían los nuevos Estados buscaran afirmar su independencia a través de un instrumento jurídico. En el caso de San Martín, recordemos que, siendo teniente coronel del ejercito español, cumplió funciones en Cádiz, donde fue testigo del debate por la sanción de la Constitución, que sería promulgada en 1812.

Al volver ese año al Río de la Plata, San Martín comprendió la inconveniencia de seguir utilizando la máscara de Fernando VII, uno de los motivos del derrocamiento del ler. Triunvirato, que se negaba a declarar la independencia. El segundo Triunvirato (Paso, Nicolas Rodríguez Peña y Alvarez Jonte) convocó a la Asamblea General Constituyente de 18l3, que sin embargo no proclamó la independencia, ni aprobó una constitución.  Cuando se reunió 3 años mas tarde el Congreso de Tucumán, continuaba esta cuestión sin resolverse, y San Martín siguió insistiendo en la independencia que fue proclamada el 9 de julio, pero con respecto a Fernando VII, sus sucesores y metrópolis. San Martín, advertido de gestiones que procuraban la incorporación de nuestro territorio a Inglaterra o Portugal, exigió que se incorporara al acta un agregado que dice: “y de toda otra dominación extranjera”, propuesto por el diputado Medrano en sesión secreta.San Martín no disimuló su desacuerdo con el proyecto unitario de Rivadavia, y, en cambio, se alegró por la adhesión de las provincias al Pacto Federal de 1831, sosteniendo que, estos países no pueden por muchos años regirse de otro modo que por gobiernos vigorosos, resaltando los males que han ocasionado la convocatoria prematura a congresos. 

En esta hora, resulta evidente que solo podrán resistir los embates de la globalización y conservar su independencia, los Estados que se afiancen en sus propias raíces, y mantengan su identidad nacional. El ex-Presidente Avellaneda, en un discurso famoso sostuvo que: “los pueblos que olvidan sus tradiciones pierden la conciencia de sus destinos; y los que se apoyan sobre tumbas gloriosas, son los que mejor preparan el porvenir”. Córdoba (Rep. Argentina), agosto 8 de 2005.- Mario Meneghini Fuentes:Aragón, Roque. “La política de San Martín”; Córdoba, Universidad Nacional de Entre Ríos, 1982.

Revista “Masonería y otras sociedades secretas”; Buenos Aires, Nº 2, noviembre/1981, Nº 3, diciembre/1981, Nº 5, febrero/1982.



[1]  Disertación efectuada en el Centro “Tierra y Tradición”, de Córdoba, Argentina, el 5-8-2005.

Discurso de Avellaneda

EL GENERAL DON JOSÉ DE SAN MARTÍN[1] 

Nicolás Avellaneda 

Conciudadanos:

Es hoy el aniversario de Maipo.

Han transcurrido cincuenta y nueve años desde el día excelso de la victoria, y tres Naciones independientes y diez millones de hombres libres pueden ponerse de pie impulsados por la gratitud, para repetir el grito con que el Dictador O’Higgins saludó al vencedor sobre el campo mismo de la batalla: “¡Gloria al Salvador de Chile!”

¿Quien era el vencedor? Su nombre, se encontraba ya inscripto en el número de los Grandes Capitanes de la Historia. La hazaña de la epopeya americana estaba ejecutada; y un año antes, el pueblo argentino había levantado sobre su cabeza, en la plaza de Mayo y bajo la sombra de la nueva bandera enarbolada por Belgrano, un Escudo con este letrero que leyó entonces la América y que ha recogido hoy la Historia: “LA PATRIA EN CHACABUCO AL VENCEDOR DE LOS ANDES”.

Tres años después, el nombre del vencedor de Chacabuco y de Maipo volvía a asociarse a una de las escenas más solemnes en la historia de este Continente.Detengámonos para contemplarla.Lima -La Ciudad de los Reyes- la Metrópoli de las Colonias es ya libre. Están solemnemente representadas en su Plaza Mayor todas las instituciones coloniales. He ahí -el excelentísimo Ayuntamiento que ha custodiado durante tres siglos el Estandarte Real de la conquista, que trajo Pizarro y que fue bordado por las manos augustas de la madre de Carlos V -helo ahí abatido sobre la haz de la tierra -he ahí la Universidad de San Marcos precedida por sus cuatro colegios y los prelados y párrocos de sus setenta iglesias. Hay construido un tablado en el lugar mismo, donde la Santa Inquisición encendió su hoguera.

Un hombre está de pie para hablar desde su altura y agitando el pendón de una nueva Nación, pronuncia estas palabras: “El Perú es desde este momento libre e independiente por la voluntad de los pueblos y por la justicia de su causa que Dios defiende.”El nombre del General Don José de San Martín subió en clamoreos hasta el cielo; y el hecho del día fue perpetrado por las inscripciones de una medalla vaciada en bronce imperecedero: “Lima juró su independencia en 28 de julio de 1821, bajo la protección del ejército libertador comandado por San Martín.”

Es ésta la obra del guerrero. Su espada sólo brilló para emancipar pueblos; y representa la acción exterior de la Revolución de Mayo, saliendo de sus límites naturales, abarcando la mitad de la América con sus vastas concepciones y contribuyendo con sus generales y sus soldados a sellar la independencia de muchos pueblos.Las victorias de San Martín son los lampos de luz que circundan el nombre argentino; y mostrando sus trofeos que fueron pueblos redimidos, nos cubrimos con sus esplendores para llamarnos -Libertadores de Naciones.La obra del Guerrero se perpetúa y se magnifica, representada por pueblos nuevos que prosperan cada día len la civilización y en la libertad. Su nombre pertenece a la historia que lo menciona entre los Grandes Capitanes del mundo, y es honor de la América y gloria de un pueblo.

He ahí su obra encarnada en millones de hombres. He ahí su nombre encumbrado sobre uno de los más altos pedestales del siglo y resguardado contra el olvido por el juicio humano. ¿Dónde está su tumba, para que vayamos en piadosa romería a rendirle honores fúnebres en el aniversario de sus batallas?¡¡Su tumba!! El movimiento natural del corazón enternecido y agitado por grandes y poéticos recuerdos, iría a buscarla en el fondo de ésta su América, apartando las yedras gigantescas que aprisionan las piedras de los templos derruidos, en aquel misterioso pueblo de Yapeyú. Capital de las Misiones, entre las selvas impenetrables y los monumentos legendarios de la dominación jesuítica, que fueron la primera visión de su infancia!¡¡Su tumba!! La gratitud y el orgullo querrían encontrarla en la Plaza del Retiro, de donde salieron sus famosos granaderos que vencieron en San Lorenzo y once años después en Junín, para que su gran Sombra continuara pasando la revista de nuestros soldados, a la vuelta y en la partida. Busquemos más. -Donde se durmió el sueño de la victoria, se puede dormir en paz y en gloria el eterno sueño de la muerte-. ¿Por qué no hallaríamos la tumba del General San Martín del otro lado de los Andes, al pie de la cuesta de Chacabuco, entre las ásperas sinuosidades de la roca dura, donde reclinó su frente tras de la batalla, sin orgullo y meditabundo, austero y doblemente vencedor?

Mas no. La América independiente no muestra entre sus monumentos el sepulcro del primero de sus soldados. La República Argentina no guarda los despojos humanos del más glorioso de sus hijos.La reparación es inevitable. Hay justicia póstuma en los pueblos, conciencia en la historia y luz sin sobras para las nuevas generaciones.En nombre de nuestra gloria como Nación, invocando la gratitud que la posteridad debe a sus benefactores, invito la mis conciudadanos desde el Plata hasta Bolivia y hasta los Andes, a reunirse en asociaciones patrióticas, recoger fondos y promover la traslación de los restos mortales de D. José de San Martín, para encerrarlos dentro de un monumento nacional bajo las bóvedas de la Catedral de Buenos Aires.

Miremos más de cerca la figura inmortal de nuestro Gran Capitán. Es además el primer patriota de la América. Somos y seremos los ciudadanos de una República pacífica y al consagrar nuestro entusiasmo, no debemos desprendernos del sentimiento de nuestros destinos. Los laureles del guerrero no llenan el cuadro histórico.Un año ha pasado después de jurada la independencia de Lima. Un Congreso soberano se ha reunido en su recinto; y el Libertador de Chile y Protector del Perú se apresta a desprenderse en su presencia de las insignias del mando, abandonando para siempre la vida pública. -Oigámosle-. Va a pronunciar palabras sencillas y grandes, las más grandes que se hayan oído bajo el cielo de la América, porque expresan una abnegación sin ejemplo, mezclándose al mismo tiempo en su austera simplicidad a acontecimientos inmensos.“Presencié la declaración de la independencia de los Estados de Chile y del Perú. Existe en mi poder el Estandarte que trajo Pizarro para esclavizar el Imperio de los Incas, y he dejado de ser un hombre público. He ahí recompensados con usura diez años de revolución y de guerras.Mis promesas para con los pueblos están cumplidas -hacer su independencia- y dejar a su voluntad la elección de sus gobiernos.La presencia de un militar afortunado, por mayor desprendimiento que tenga, es temible para los estados que se constituyen de nuevo”.

Estas palabras fueron las últimas y tras de ellas se cierra la carrera pública de Don José de San Martín. Eran el desenlace de un drama. Los dos más famosos guerreros de la revolución, partiendo el uno desde el Plata y el otro desde el Orinoco, habían venido inevitablemente a encontrarse sobre el último campo de batalla que les quedaba en América. “Señor, -dijo el General argentino-, Seré vuestro segundo y pelearé bajo vuestras órdenes.” El libertador Simón Bolívar guardó silencio, y la escena histórica quedó concluida por la inmolación voluntaria del patriotismo.

Las célebres Conferencias de Guayaquil han sido por mucho tiempo el problema de la historia. “Serán un día revelados sus misterios”, hemos oído todos decir, desde que hubimos sentido esas ingenuas curiosidades suscitadas por la fascinación del renombre; y cuando alguno de los testigos presenciales se ha levantado para hablar en son de confidencia, la América entera ha quedado atenta escuchándolo.Pues bien, las revelaciones están hechas -han habido testigos y actores y podemos nosotros levantarnos a nuestra vez para decir-.

Nunca hubieron tales misterios en la Conferencia de Guayaquil. No hay invisible, sino lo que fue visible del primer momento y lo que los ojos no quisieron creer, a pesar de verlo, porque era grande y portentoso.Sí, un hombre en la plenitud de su vida y bajo todo el poder de las pasiones, abdicó el mando supremo, y renunciando al Ejército que había formado, a nuevas lides y a mayores glorias, a la vida misma de los campamentos fuera de los que no hay aire vital para el que nació soldado, y apretándose el corazón, fue a refugiarse durante treinta años en el silencio como en una tumba, para que otro General más afortunado completara sin celos ni rivalidades la obra de la independencia americana.La envidia gritó -los misterios de Guayaquil-. La calumnia irguiéndose fue a buscar al héroe en las soledades del destierro. San Martín se concentra silencioso en el sentimiento de su gloria. ¿Qué valdría la palabra, si no valió la inmolación? Los años pasan estériles. Pongámonos de pie. El drama humano ya concluye.

El General San Martín va por fin a hablar, no en presencia de los hombres, sino ante Dios.¡Es él!, y se nombra. Escuchemos la enumeración de sus títulos que ningún argentino de las presentes y futuras generaciones volverá a reunir: “Yo José de San Martín, Generalísimo de la República del Perú y fundador de su libertad, Capitán General de la de Chile y Brigadier General de la República Argentina...prohibo que se me haga ningún género de funerales.”¿Para qué, en verdad? Hace treinta años que sobreviviéndose a si mismo, lleva sus funerales como una urna cineraria, dentro de su propio corazón. Pero no todo está muerto en él. La fibra humana conserva aun sus vibraciones para los cariños supremos. Ama a su hija y la menciona con palabras de indecible ternura. Ama a su patria...y le lega su corazón. “Desearía que mi corazón fuese depositado en el cementerio de Buenos Aires.”

Invito nuevamente a mis conciudadanos para recoger con espíritu piadoso y fraternal este santo legado. Las cenizas del primero de los argentinos según el juicio universal, no deben permanecer por más tiempo fuera de la Patria. Los pueblos que olvidan sus tradiciones, pierden la conciencia de sus destinos, y las que se apoyan sobre tumbas gloriosas, son las que mejor preparan el porvenir. 

Buenos Aires, Abril 5 de 1877.



[1]  Discurso pronunciado por el Presidente de la República, Dr. Don Nicolás Avellaneda, invitando a sus conciudadanos a recolectar fondos para la repatriación de sus restos.

Biografia

San Martín nació en Yapeyú, actualmente en la provincia argentina de Corrientes, a la vera del caudaloso río Uruguay, el día 25 de febrero de 1778.   Su padre, don Juan de San Martín, era el gobernador del departamento; su madre, doña Gregoria Matorras, era sobrina de un conquistador del Chaco.   En 1786 se traslada a España con su familia, donde estudia primero en el Seminario de Nobles de Madrid y luego, en 1789, inicia su carrera militar en el regimiento de Murcia.

Sirve en las filas de España durante las guerras contra los franceses y en 1808 combate en la batalla de Baylén contra los ejércitos de Napoleón que habían invadido la Península. En Cádiz conoce a otros militares de América del Sur y se enrola en las logias que promovían la independencia.

En 1811 renuncia a su carrera militar en España y se embarca desde Inglaterra hacia el Río de la Plata en la fragata George Canning, donde arriba el 9 de marzo de 1812 acompañado por otros patriotas. 

El gobierno independiente de Buenos Aires acepta los servicios de San Martín, reconoce su grado de teniente coronel y le encarga crear un cuerpo de combate que luego sería el glorioso regimiento de Granaderos a Caballo. En ese mismo año se casa con María de los Remedios de Escalada, que pertenecía a una distinguida familia del país y crea la logia Lautaro, cuyo objetivo era liberar América del Sur del yugo español.

En octubre de 1812, los miembros de la logia encabezan un movimiento que tiene por objeto remover algunos miembros del Primer Triunvirato. Entonces, pacíficamente, el Cabildo nombra al Segundo Triunvirato, quienes, al poco tiempo, llaman a una asamblea de delegados de las provincias con el fin de dictar una constitución.       

El 3 de febrero de 1813 los Granaderos a Caballo vencen en un combate, en las barrancas de San Lorenzo, a las fuerzas de desembarco realista que arribaron con varias naves desde el puerto de Montevideo.    

En enero de 1814 San Martín toma el mando del ejército del Norte, de manos de Belgrano que regresaba derrotado del Alto Perú —hoy la república de Bolivia—. Se encuentran en la Posta de Yatasto y desde entonces los dos patriotas entablan una larga amistad. Al poco tiempo de encontrarse San Martín en Tucumán, se dio cuenta que era imposible llegar a Lima, que en ese momento era el centro del poder realista, por el camino terrestre del Alto Perú.

Fue entonces que el Coronel concibió la idea, que luego realizaría con éxito, de cruzar la cordillera y atacar la Ciudad de los Virreyes por el mar. Una enfermedad lo obliga a pedir licencia y consigue que lo nombren Gobernador de Cuyo, y parte para Mendoza, al pie de la cordillera de los Andes. Allí se repone y comienza a preparar un ejército para cruzar la cordillera. 

En 1816 envía, por la provincia de Cuyo, delegados al congreso que se reunía en Tucumán con órdenes expresas de insistir en la declaración de la independencia. La declaración de la independencia de España se aclamó el 9 de julio de ese año. Desde Mendoza prepara con escasos medios un ejército. Todo el pueblo contribuye con su trabajo y con sus bienes para realizar la peligrosa expedición. Insiste ante el gobierno de Buenos Aires a que autorice a sus tropas el cruce de la cordillera.     

 En enero de 1817 comienza el cruce del ejército, alrededor de 4000 hombres, la caballería, la artillería de campaña y las provisiones para un mes. Cruzaron divididas en dos columnas por el paso de Los Patos y por el de Uspallata, y se encontraron en Santa Rosa de los Andes.   

 El 12 de febrero de 1817, pocos días después del paso de la Cordillera, el ejército de los Andes vence a los realistas en la batalla de Chacabuco y a los pocos días el Libertador entra en la ciudad de Santiago. El Cabildo se reunió el día 18 y designó a San Martín como Director Supremo, pero éste renunció al honor y entonces fue electo para el cargo el general Bernardo O´Higgins. 

En los primeros días de 1818, un ejército realista desembarcado del Perú, avanzaba sobre la capital de Chile. El 19 de marzo, en un ataque nocturno, los realistas derrotan a los patriotas en la batalla de Cancharrayada y O´Higgins resulto herido.        El ejército Unido argentino chileno se rehace y el 5 de abril derrotan completamente a los realistas en la batalla de Maipú, que puso fin a los esfuerzos españoles para dominar el país.    

 El camino hacia Lima por mar estaba abierto, pero era necesario crear una flota que no existía. Con algunos barcos capturados al enemigo y otros comprados a los Estados Unidos e Inglaterra se crea la marina chilena que estuvo al mando de Blanco Encalada y luego del almirante inglés Lord Cochrane.      

El 20 de agosto de 1820, parte el ejército expedicionario argentino chileno del puerto de Valparaíso hacia el Perú.  En el mes de julio de 1821, San Martín entra triunfante a Lima, proclama la independencia, es designado Protector del Perú y ejerce el gobierno.      

El 26 de julio de 1822 San Martín se entrevista con Simón Bolívar en la ciudad de Guayaquil, hoy Ecuador. Se reúnen los dos libertadores de Sudamérica, del norte y del sur. Conferencian en secreto por más de cuatro horas. San Martín regresa a Lima la noche del 26.    El 20 de setiembre de ese año se reúne en Lima el primer Congreso del Perú y el Protector renuncia a su cargo. El mismo día se embarca para Chile y meses más tarde cruza a Mendoza.  

El 3 de agosto de 1823 muere su esposa en Buenos Aires. El 10 de febrero de 1824, disgustado por las guerras civiles en que estaban envueltas las Provincias Unidas del Río de la Plata, se embarca para Francia con su hija Mercedes.

En europa se ocupa de la educación de su hija y escribe para ella las Máximas para su hija que son un resumen de su filosofía de vida. Reside en Europa hasta su muerte el 17 de agosto de 1850 en la ciudad de Boulogne Sur Mer.        

San Martín conductor

EL EJERCICIO DEL MANDO EN SAN MARTÍN 

Sostiene Bartolomé Mitre[1] que el genio de un hombre se asemeja a un reloj que tiene su estructura, y entre sus piezas, un gran resorte. Descubrir este resorte permite deducir un principio fundamental que es el motor de todas sus acciones. Consideramos que San Martín fue un hombre nacido para el mando; ese fue su gran resorte.

Mandó, no por ambición, sino por necesidad y por deber, y mientras consideró que el poder era en sus manos un instrumento útil para la tarea que el destino le había impuesto. Abdicó el mando supremo en medio de la plenitud de su gloria, sin debilidad, sin cansancio y sin enojo, cuando comprendió que su misión había terminado, y que otro podía continuarla con más provecho de la América.[2] 

Mandar es integrar y coordinar la actividad de los miembros de un grupo, de modo que al cumplir las tareas respectivas, se satisfagan los objetivos grupales con la mayor eficacia. Esta acción puede realizarse de diversas maneras, según la personalidad del jefe, las características del grupo y los objetivos que se persigan.

De allí que sea importante analizar cual fue el estilo del mando en el Libertador, que, además, transmitió a los hombres que formó para integrarlos al ejército que organizó en el país. El mando, en San Martín, asumió cuatro elementos fundamentales que podemos describir. 

1) El honor.Su sentido del honor queda reflejado en esta frase suya: ante la causa de la América está mi honor, yo no tendré Patria sin él, y no puedo sacrificar un don tan precioso por cuanto existe en la tierra. Este concepto se manifiesta en plenitud en el Código de Honor que redactó personalmente para regir la conducta de sus oficiales.

La base de sus preceptos, sin duda, la obtuvo de su propio aprendizaje. En efecto, las Reales Ordenanzas del Ejército Español -del año 1768- en donde se formó como militar, señalanque: El oficial cuyo propio honor y espíritu no lo estimulan a obrar bien, vale muy poco en el servicio.El legado sanmartiniano se ha transmitido al actual Reglamento de los Tribunales de Honor de las Fuerzas Armadas, bastando citar lo que expresa en su Capítulo I: El honor es la cualidad moral que obliga al más severo cumplimiento del deber respecto de los demás y de sí mismo. Es algo que está por sobre la misma vida y los valores sustanciales, porque la primera termina con la muerte y lo material es cosa transitoria. En cambio el honor sobrevive y trasciende como legado a través de las generaciones, configurando el magno patrimonio espiritual de familias, instituciones y pueblo.

El llamado código sanmartiniano continuará siendo el faro que permita evaluar si la conducta actual de quienes comandan las Fuerzas Armadas argentinas respetan o no las normas morales fijadas por el gran Capitán. 

2) La disciplina. Consiste en la obediencia que un subordinado debe prestar a un superior jerárquico. San Martín la impuso, procurando que se entendiera que la disciplina se logra mejor cuanto mayor es el ascendiente moral del jefe respecto de sus subordinados. A sus oficiales les enseñaba que, además de su capacidad profesional, la confianza de sus subalternos se acrecentaría al comprobar en su comportamiento la hombría de bien y la capacidad de mando. 

3) El espíritu de cuerpo. Supone un estado emocional en la organización, que no consiste solamente en la suma de la moral de los individuos que la constituyen, sino en la existencia de sentimientos que mueven a los mayores sacrificios para obtener el éxito y la gloria de la unidad de la que se forma parte. Para consolidarlo es necesario fomentar, como lo hizo San Martín, la solidaridad, un ideal común,el cariño por la institución a la que se pertenece, y el amor a la Patria

Fue ese espíritu el que sostuvo a los integrantes del Ejército de los Andes frente a la fatiga prologada y en los momentos críticos de las batallas, cuando las líneas de ataque accionaban bajo el fuego del enemigo. 

4) La ética. Es la ciencia de los actos humanos, que enseña a distinguir el bien del mal. San Martín se esforzó por hacer comprender a los oficiales: que lo que ordenaran debía estar dirigido a cosa lícita y que no era ético exigir obediencia sobre algo ilegal o fuera de la ley.

La ética se manifiesta en la práctica de las virtudes. Recordemos que virtud es la disposición constante del alma que nos incita a obrar bien y evitar el mal.San Martín practicó y enseñó las cuatro virtudes cardinales: prudencia, justicia, fortaleza y templanza, como podemos comprobar con algunos ejemplos. 

-La prudencia: es la virtud que permite prever y evitar fallas y peligros. Supone buen juicio, cordura y discernimiento; se caracteriza por la moderación, la precaución y la sabiduría.Esta virtud estuvo presente la noche del 20 de setiembre del año 1822, cuando el Libertador se dirigió al puerto de Ancón, abandonando el Perú, con la frustración que le produjo la entrevista de Guayaquil, pero admitiendo que su retiro de la vida pública era necesario para completar la independencia, que no podía realizarse sin la intervención de Bolivar. 

-La justicia: disposición constante de dar a cada uno lo suyo. Un episodio revela que el general aplicaba la justicia con sus subordinados. El 2º jefe del Regimiento de Granaderos a Caballo, Tcnel. Melián, acostumbraba a montar a caballo como los indios, de un salto, lo que mereció que San Martín le manifestara que estaba vulnerando el reglamento y merecía una sanción. Debido a que se preparaba la batalla de Chacabuco, se dejó en suspenso el arresto, pero debido al desempeño heróico de dicho oficial, San Martín le manifestó que le levantaba la sanción en premio   a su bravura y le regalaba unos estribos que había usado en Bailén: sirvase de ellos en mi obsequio y verá que para cercenar cabezas godas nada es mejor ni más conveniente que afirmarse bien sobre los estribos. 

-La fortaleza: de la que deriva el valor y la abnegación en las resoluciones a tomar y permite vencer el temor y huir de la temeridad.San Martín demostró poseer esta virtud, cuando el 9-1-1820, se produce la sublevación del Batallón 1 de Cazadores de los Andes, acantonado en San Juan, unidad que se perdió definitivamente para la causa de la independencia. A dos de los cabecillas del motín, el Capitán Mendizábal y el Teniente Morillo, que fueron capturados, San Martín ordenó que fueran juzgados por sendos consejos de guerra y fusilados. 

-La templanza: que permite moderar los apetitos naturales y supone moderación y continencia en el uso de las cosas lícitas. Encontramos un ejemplo en las palabras que dirije a los peruanos en su despedida: La presencia de un militar afortunado por más desprendimiento que tenga es temible a los Estados que de nuevo se constituyen. En cuanto a mi conducta pública, mis compatriotas como en lo general de las cosas dividirán sus opiniones y los hijos de estos darán el verdadero fallo... . En esa forma San Martín, voluntariamente abandonaba el poder, sin caer en la tentación de usar la fuerza para disputar la preeminencia política, a la que legítimamente podía aspirar. 

En conclusión, el General San Martín ejerció el mando -civil y militar- con honor,disciplina, espíritu de cuerpo y ética, al servicio de la misión que la providencia le asignó. 

Fuente:Torres, Juan Lucio. “Los cuatro pilares de San Martín. Una visión ética”; en San Martín, órgano oficial del Instituto Nacional Sanmartiniano, Junio 2006, pgs. 23/27. 



[1]  Mitre, Bartolomé. “Las cuentas del gran Capitán”; en: Comisión Nacional Ejecutiva de Homenaje al Bicentenario del nacimiento del General San Martín. “San Martín en la historia y en el bronce”; Instituto Nacional Sanmartiniano, 1978, pgs. 180.

[2]  op. cit., pg. 181.

Vidas paralelas

Vidas paralelas

SAN MARTÍN Y ROSAS[1] 

Este es un tema que pocas veces se trata. San Martín, pese a tantos libros nefastos que se han publicado en los últimos años, conserva una imagen indiscutida para la mayoría de los argentinos. No ocurre lo mismo con Rosas, que presenta una imagen polémica; no puede desconocerse que los primeros historiadores pertenecieron al sector político que se enfrentó con él.

Por eso, para tratar de ser objetivos es necesario arriesgarse a una exposición árida, analizando la cuestión en base a hechos y documentos concretos.Los antecedentes que hoy se conocen, demuestran que hubo una relación de admiración mutua entre estos próceres, de los cuales es posible advertir una suerte de vidas paralelas. San Martín, llevando la libertad a tres pueblos. Rosas, consolidando la obra del Libertador.

Resulta explicable que los dos hayan experimentado esa atracción recíproca, que suele existir entre aquellos dirigentes de empresas semejantes. Hubo actitudes de Rosas hacia el Gral. San Martín y de éste a Rosas. Podemos mencionar dos estancias en la provincia de Buenos Aires, a las que Rosas denomina con el nombre de San Martín, a una, y Chacabuco, a la otra. En 1841, el Ayudante de Órdenes del almirante Brown, que era Álvaro Alzogaray -quien se destacaría luego en el combate de la Vuelta de Obligado- le trasmite la propuesta de bautizar al bergantín Oscar, recientemente adquirido para la flota, con el nombre de Ilustre Restaurador. Rosas se opone, y ordena que se lo bautice con el nombre de San Martín a este velero que participó en muchos combates y llegó a ser el barco insignia de la flota.

En varios de los mensajes a la Legislatura de Buenos Aires, para informar sobre la marcha del gobierno,  que Rosas dirigía anualmente pese a tener Facultades Extraordinarias, menciona elogiosamente a San Martín.Cuando muere el Libertador, la Gaceta de Buenos Aires, por orden de Rosas, publica durante diez días una biografía muy bien escrita del Padre de la Patria. La firma “un argentino”, pero se sabe que el autor era el joven Bernardo de Irigoyen, que trabajaba para el Gobernador.

La misma disposición favorable, encontramos en San Martín respecto a Rosas, siendo de destacar el mayor gesto de aprecio y admiración consistentes en legarle su sable, en el párrafo tercero de su testamento ológrafo, firmado el 23-1-1844 y depositado -como era costumbre de la época- en la Legación Argentina en París:

“El sable que me ha acompañado en toda la guerra de la Independencia de la América del Sud, le será entregado al General de la República Argentina, don Juan Manuel de Rosas, como una prueba de la satisfacción que como argentino he tenido al ver la firmeza con que ha sostenido el honor de la República, contra las injustas pretensiones de los extranjeros que trataban de humillarla”.

En aquellos años vivían aún figuras prominentes, con sobrados méritos para hacerse acreedores de esa distinción. Entre los militares, que compartieron acciones bélicas con San Martín, recordemos a Las Heras, Soler, Necochea, Paz, La Madrid, y Guido, su mejor amigo.

Entre los colaboradores políticos de su gesta libertadora, vivía Pueyrredón. Entre los marinos vivía el prócer máximo de nuestra Armada, el Almirante Brown.De los personajes civiles, que podrán hacer recibido el legado, podríamos mencionar a Larrea, único sobreviviente de la Primera Junta, y a Vicente López y Planes, autor del Himno Nacional.

Pero San Martín, distinguió a quien se acercaba más a sus propios valores, y el glorioso sable fue para Rosas. Esta decisión ha sido motivo de comentarios y de dudas.Algunos sostuvieron que hubo un testamento posterior en el cual San Martín corrige las disposiciones del firmado en 1844. Por su parte, el Dr. Villegas Basavilbaso, Presidente de la Corte Suprema de Justicia, al entregarle el 17-8-1960, al entonces Presidente de la Nación Dr. Frondizi, el testamento original rescatado de Francia, incluye en su discurso una interpretación de la cláusula tercera del testamento. Afirma que San Martín le lega su sable a Rosas, porque era en ese momento el Jefe del Estado, y no por sus merecimientos. Deducción pueril que no resiste el menor análisis.

Otra interpretación, que ha sido compartida por muchos, la hace uno de los biógrafos más conocidos de San Martín, don Ricardo Rojas, que en artículos periodísticos en 1950, expresó que San Martín le  hizo el legado a Rosas únicamente por su política exterior.

Resultaría, entonces, que Rosas fue un patriota cuando defendió a su país de la agresión externa, pero fue un tirano cuando combatió a los unitarios, que promovieron y cooperaron con esa misma agresión. Resulta, sin embargo, que el mismo prócer, en carta que le escribe a Rosas, el 10 de junio de 1839, le dice:“...porque lo que no puedo concebir es el que haya americanos que por un indigno espíritu de partido se unan al extranjero para humillar a su Patria y reducirla a una condición peor que la que sufríamos en tiempos de la dominación española; una tal felonía ni el sepulcro la puede hacer desaparecer”.

Como se advierte, no es posible separar los dos aspectos de la política, porque son partes de una misma gestión pública. Lo que ocurre, es que se insiste en presentar a San Martín, sin debilidades ni pasiones, como a un Santo de la Espada, al que no se puede involucrar en definiciones políticas. Esto es imposible en los dirigentes que quieren a su patria y, si bien es cierto que el Libertador no quiso participar en las luchas fratricidas, nunca ocultó su opinión y la manifestó con franqueza.

Surge de la lectura de las siete cartas personales que le escribió a Rosas, en doce años de intercambio epistolar recíproco, así como en la correspondencia a Guido y a otras personas, que San Martín nunca permaneció neutral ni indiferente ante las situaciones que vivía el país.San Martín sostuvo que, para cortar de raíz los males argentinos, era necesaria una mano fuerte, para establecer el orden.

Y en la última carta a Rosas, del 6-5-1850, tres meses antes de su muerte, le expresa:“...como argentino me llena de un verdadero orgullo al ver la prosperidad, la paz interior, el orden y el honor restablecido en nuestra querida Patria; y todos estos progresos efectuados en circunstancias tan difíciles en que pocos Estados se habrán hallado. Por tantos bienes realizados yo felicito a Ud. sinceramente como igualmente a toda la Confederación Argentina. Que goce Ud. de salud completa y al terminar su vida pública sea colmado del justo reconocimiento del pueblo argentino, son los votos que hace y hará siempre a favor de Ud. éste su apasionado amigo y compatriota que besa su mano.”José de San Martín 

Se puede advertir que, de los cuatro logros alcanzados por Rosas, según San Martín, los tres primeros: prosperidad - paz interior y orden, son inherentes a la política interna; y el cuarto: honor nacional, sería un logro de la política externa.

Además, San Martín hace abstracción de esa dicotomía, aplaudiendo la gestión global del Restaurador, al decir: por todos estos progresos...por tantos bienes realizados...yo felicito a Ud., etc. Aunque resulte curioso, San Martín y Rosas nunca se conocieron personalmente; y la relación a distancia, se inicia con motivo de la intervención armada que el reino de Francia inicia en el Río de la Plata, en 1838, cuando el Libertador llevaba ya quince años en el exterior.

El conflicto surgió cuando Francia reclamó el beneficio del trato de Nación más favorecida, considerando el gobierno argentino que eso debía ser consecuencia de un tratado bilateral, y no como una concesión gratuita. El cónsul pidió los pasaportes y se trasladó a Montevideo logrando que la flota francesa realizara un bloqueo del puerto de Buenos Aires, medida que representaba iniciar hostilidades en condiciones riesgosas para nuestro país, teniendo en cuenta la disparidad de fuerzas.

Fue en ese momento que San Martín se dirige al gobernador de Buenos Aires, a cargo de las relaciones exteriores de la Confederación, dando comienzo a la relación entre ambos. La carta está fechada en Gran Bourg, el 3-8-1838, y en ella se expresa: “...ignoro los resultados de esta medida; sin son los de la guerra, yo sé lo que mi deber me impone como americano...esperar...sus órdenes si me cree de alguna utilidad...inmediatamente de haberlas recibido, me pondré en marcha para servir a mi Patria en la guerra contra Francia en cualquier clase que se me destine.” 

Desde su retiro, en 1823, fue ésta la primera y única vez que San Martín ofreció regresar al país y tomar las armas. Ese gesto del Libertador es de mayor valor, si se tiene en cuenta el análisis técnico que había hecho en carta a Guido: “...temo mucho que el gobierno pueda sostener con energía el honor nacional y se vea obligado a suscribir proposiciones vergonzosas”. Es decir, que estuvo dispuesto a volver no para sumarse a una victoria segura, sino para defender la bandera aún previendo una derrota.

La habilidad diplomática de Rosas consigue capear el temporal, y se suscribe un tratado que representa un triunfo para la argentina. Actitud opuesta a la de San Martín muestra Alberdi, quien desde Montevideo fue el mentor ideológico de la intervención extranjera en el Río de la Plata, sosteniendo: “que la razón sea de Francia o de la República Argentina no es del caso averiguar en este instante”... “la conveniencia y el honor de un pueblo están en no ser hollados por un tirano...”.

En 1845, Francia inicia una segunda intervención, aliada ahora con Inglaterra. Otra vez se establece el bloqueo, por la flota anglo-francesa, y se toma la isla de Martín García. En esta ocasión, el 11-1-1846, San Martín escribe a Rosas para manifestarle que si no fuera por insuperables motivos de salud: “...me hubiera sido muy lisonjero poder nuevamente ofrecerle mis servicios que aunque conozco serían inútiles demostrarían que en la injustísima agresión y abuso de la fuerza de Inglaterra y Francia contra nuestro país, este tiene aún un viejo defensor de su honra e independencia”.

Pese a no poder trasladarse físicamente, San Martín colabora redactando un informe profesional sobre la intervención, advirtiendo que no dudaba que las potencias podrían apoderarse de Buenos Aires, pero que no podrían sostenerse mucho tiempo y esto hace técnicamente inviable la operación. El informe fue publicado en un diario londinense que destaca que el autor es el militar que logró la liberación de Buenos Aires, Chile y Perú, del yugo español.

En 1849 insiste en carta a un ministro francés que los gastos y dificultades serán inmensos, debido a la posición geográfica del país, al carácter de sus habitantes y a la distancia desde Francia, y que es deber de estadistas pesar las ventajas que deben compensar los sacrificios. Esta carta contribuyó al nuevo triunfo diplomático de Rosas, pues fue leída en el Parlamento y tenida en cuenta para decidir  el cese de hostilidades.

El mismo Alberdi, en su estudio titulado “La República Argentina, treinta y siete años después de la Revolución de Mayo”, rectifica su opinión, criticando la colaboración de los unitarios con el extranjero invasor, y aunque sigue viendo en la mano de Rosas la vara de la dictadura, dice que ve también en su cabeza la escarapela de Belgrano. 

Quiero terminar esta reflexión, recordando un editorial del diario El Tiempo de Buenos Aires, de 1897, escrito con motivo de la repatriación del sable del Libertador, por Leopoldo Lugones, en el que afirma que Rosas:“...hizo pelear a su pueblo y batiéndose -ambidiextro formidable- con un brazo contra la traición que ponía en venta la propia tierra por envidia de él, y con el otro contra la invasión que venía a saquear en tierra extraña...” “Y por segunda vez se salvó la independencia de la América...” “San Martín sintió que sus canas eran todavía pelos viriles, comprendió toda la grandeza del esfuerzo del Dictador, y dijo que en mejor mano no podía caer la prenda heroica. Redactó su testamento partiendo la herencia en dos: dejó su corazón a Buenos Aires, y su sable a Don Juan Manuel de Rosas”. 

Mario Meneghini(Córdoba, Argentina) 

Fuentes:

-French, Carlos. “Reciprocidad entre San Martín y Rosas”; revista del Instituto Nacional de Investigaciones Históricas Juan Manuel de Rosas, Nº 60, 2000, pgs. 108/119.

-Fernández Cistac, Roberto. “San Martín y la intervención extranjera”; ibídem, pgs. 120/127.



[1]  Exposición en Panel, realizado en el Cabildo de Córdoba (4-9-2006).

San Martín no fue masón

 SAN MARTIN NO FUE MASON  

El propósito de este artículo es difundir tres Documentos, publicados en una revista especializada[1], cuyo director, Patricio Maguire, ha realizado un aporte extraordinario a la historia argentina, demostrando lo que afirmamos en el título.

Desde mediados del siglo pasado algunos historiadores han sostenido que el General San Martín fue masón, e incluso, interpretan su retiro del Perú como resultado de una decisión masónica disponiendo que Bolívar se hiciera cargo del mando en la gesta libertadora. Recientemente, con motivo de cumplirse el aniversario de las batallas de San Lorenzo y de Caseros, la Gran Logia de la Argentina de Libres y Aceptados Masones publicó una carta en La Nación (26/1/98), manifestando que la masonería argentina “desea expresar, con serena unción, que San Martín y Urquiza han integrado el rol de sus miembros más conspicuos”. 

Lo más triste es que hasta autores católicos han aceptado la hipótesis como válida. Por ejemplo, Carlos Steffens Soler afirma que nuestro héroe máximo “comienza su aventura americana con un juramento formal en las logias inglesas”[2].

Sorprende este tipo de aseveraciones, ya que, como lo admite uno de sus biógrafos más conocidos “no existe ningún documento para probar que San Martín haya sido masón”[3]. Cabe agregar el testimonio de dos ex- presidentes de la República, que desempeñaron, además, el cargo de Gran Maestre de la Masonería Argentina. Bartolomé Mitre escribió: “La Logia Lautaro no formaba parte de la masonería y su objetivo era sólo político[4]. Es importante destacar que para esta cuestión Mitre consultó al General Matías Zapiola, quien había integrado la Logia.

Por su parte, Domingo Faustino Sarmiento opinó: “Cuatrocientos hispanoamericanos diseminados en la península, en los colegios, en el comercio o en los ejércitos se entendieron desde temprano para formar una sociedad secreta, conocida en América con el nombre de Lautaro. Para guardar secreto tan comprometedor, se revistió de las fórmulas, signos, juramentos y grados de las sociedades masónicas, pero no eran una masonería como generalmente se ha creído...”[5] 

La Revista Masónica Americana, en su Nº 485 del 15 de junio de 1873, publicó la nómina de las logias que existieron en todo el mundo hasta 1872, y en ella no figura la Lautaro[6]. Así, el único antecedente que pueden exhibir quienes defienden la hipótesis comentada, es una medalla acuñada por la logia “La Parfaite Amitié”, de Bruselas, en 1825.

Al respecto puede señalarse que la medalla sólo contiene la efigie del General y la inscripción “Au General San Martín”, sin dársele el tratamiento de “hermano” (H..). Como la Masonería no limita los homenajes a sus propios miembros, y la figura del Libertador era suficientemente conocida en Europa, dicho elemento no aporta ninguna evidencia[7]. Además, se ha llegado a determinar que en 1825 el rey de Bélgica, Guillermo I, dispuso acuñar diez medallas diseñadas por el grabador oficial del reino, Juan Henri Simeon, con la efigie de otras tantas personalidades de la época. Aparentemente, debido a las necesidades políticas internas, el rey concedió a la logia citada la acuñación de la medalla destinada a San Martín. Hay que añadir que eso ocurrió en 1825, y en los siguientes veinticinco años que vivió San Martín en el viejo continente, no se produjo ningún hecho ni documento que lo vinculara a la organización. Sobre la posición de San Martín en materia religiosa, ha investigado especialmente el P. Guillermo Furlong, quien llega a esta conclusión: “Hemos de aseverar que San Martín no sólo fue un católico práctico o militante, sin que fue además, un católico ferviente y hasta apostólico”[8]

 Pero hay un testimonio curioso, que viene a confirmar lo dicho, con ocasión de una misión pontificia en Buenos Aires, presidida por Mons. Muzi, en 1824, estando San Martín ya alejado de toda función oficial. En esa oportunidad, el Gobernador Rivadavia no recibió al Vicario Apostólico, y tuvo actitudes sumamente descorteses. Pues bien, el testimonio corresponde a un integrante de esta misión, el P. Mastai Ferreti; quien sería luego el Papa Pío IX, apuntó en su Diario de Viaje: “San Martín(...)recibido por el Vicario, le hizo las más cordiales manifestaciones”[9]. 

La Masonería fue condenada por el Papa Clemente XII mediante la Bula In Eminenti, del 4 de mayo de 1738, donde se prohibe “muy expresamente(...)a todos los fieles, sean laicos o clérigos (...) que entren por cualquier causa y bajo ningún pretexto en tales centros(...)bajo pena de excomunión...”. Esta condenación fue confirmada por el Papa Benedicto XIV en la Constitución Apostólica Providas del 15 de abril de 1751, y como consecuencia, fue también prohibida la Masonería en España, ese año, por una pragmática de Fernando VI.

Por ello es importante esclarecer este punto, pues “el catolicismo profesado por San Martín establece una incompatibilidad con la Masonería, a menos que fuera infiel a uno o a la otra”[10]. Consta en las Memorias de Tomás de Iriarte, que Belgrano rechazó la posibilidad de ingresar en la organización, “aduciendo precisamente, la condenación eclesiástica que pesaba sobre la secta[11] 

Consideramos que los documentos obtenidos por Maguire aclaran definitivamente esta cuestión. El primero, responde a un cuestionario solicitando informes sobre:

Logias: Lautaro, Caballeros Racionales Nº 7 y Gran Reunión Americana.

Las personas siguientes: Francisco Miranda, Carlos María de Alvear, Simón Bolívar[12], José de San Martín, Matías Zapiola, Vicente Chilabert, Bernardo O’Higgins, Luis López Méndez y Andrés Bello. 

El segundo documento es la respuesta de la Gran Logia de Escocia, y el tercero, la correspondiente a la Gran Logia de Irlanda. Transcribimos a continuación la traducción de los tres documentos, y luego las copias de los originales inglés. 

En conclusión, si no existe ningún documento que contradiga el contenido de estas cartas de las propias autoridades masónicas, y, además, el análisis de su obra demuestra que el Gran Capitán “hizo lo contrario de lo que la Masonería procuraba y fue hostigado por ésta[13]”, el veredicto no merece ninguna duda: San Martín no fue Masón. 

Mario Meneghini

Centro de Estudios Cívicos  

DOCUMENTO I 

Gran Logia Unida de Inglaterra

Londres, 21 de agosto de 1979

Estimado Señor, Su carta del 7 de agosto de 1979, dirigida al Gran Maestre, me ha sido derivada para su contestación.

1. La Logia Lautaro era una sociedad secreta política, fundada en Buenos Aires en 1812, y no tenía relación alguna con la Francmasonería regular.

2. La tres Logias que Ud. menciona en su carta, jamás aparecieron anotadas en el registro o en los Archivos ni de los Antiguos ni de los Modernos ni de la Gran Logia Unida de Inglaterra: no hubieran sido reconocidas como masónicas en este país entonces o posteriormente.

3. Las seis personas mencionadas en su carta, de acuerdo a nuestros archivos, nunca fueron miembros de Logias bajo la jurisdicción de la Gran Logia Unida de Inglaterra.

4. La Gran Logia de Inglaterra no era el único organismo masónico existente durante el período en el cual Ud. está interesado. Existían Grandes Logias independientes en Irlanda, Escocia, Francia, Holanda y Estados Unidos de América, todas las cuales autorizaban la instalación de logias propias.

5. Nunca han existido medios legales para prohibir que extranjeros en Inglaterra crearan sus propias Logias, pero tal acción siempre ha sido considerada por la Gran Logia de Inglaterra como una invasión de su soberanía territorial, y las logias así creadas no serían reconocidas como regulares, ni se permitiría a sus miembros concurrir a las Logias inglesas, o que los masones ingleses concurrieran a aquellas.

Sinceramente suyo,                                                                         

James William Stubbs   Gran Secretario  

DOCUMENTO II 

Gran Logia de Escocia

Edimburgo, 30 de junio de 1980

Estimado Señor,

Con referencia a su carta del 17 de junio concerniente a las seis personas mencionadas en su comunicación, le informo que las conexiones que la Gran Logia de Escocia tuvo con Sudamérica fueron establecidas en fecha muy posterior a las de la Gran Logia Unida de Inglaterra, ya que la primera Logia Escocesa no fue autorizada hasta 1867.

Lamento no poder ayudarle en su investigación.

Afectuosamente suyo,                                                                         

Gran Secretario   

DOCUMENTO III 

Gran Logia de Irlanda

Dublin, 24 de junio de 1980

Estimado Señor,

Gracias por su carta del 17 de junio y por la copia de las cartas que Ud. recibió de la Gran Logia Unida de Inglaterra. La Gran Logia de Irlanda nunca estuvo activa en Sud América y no hemos tenido relación alguna con los organismos que Ud. menciona.

La respuesta a las preguntas que Ud. específicamente formula son:

1. No hemos emitido patentes (Cartas de Instalación) a ninguna de las Logias arriba mencionadas y no existe registro alguno de ninguno de los nombres que menciona, como miembros de logias irlandesas.

2. No existe posibilidad alguna de que una logia nuestra haya emitido patentes o iniciado a ninguna de las personas mencionadas, por cuanto no estaban activas en sus áreas.

3. Desde el establecimiento de la Gran Logia de Irlanda en 1725 se estableció que temas de Política o Religión no podían ser considerados en ninguna de nuestras logias, ni éstas tampoco debían comprometerse en actividad política alguna. Este principio permanece vigente hasta el presente día.

Sinceramente suyo,                                                                          

J.O. Harte                                                                     

Gran Secretario  

[Acción Nº 44, marzo/1998]



[1]  Revista Masonería y otras sociedades secretas, Buenos Aires, Nº 2, noviembre de 1981, págs. 20-25; Nº 3, diciembre de 1981, págs. 15-20; Nº 5, febrero de 1982, págs 30-35.

[2] Carlos Steffens Soler: San Martín en su conflicto con los liberales, Librería Huemul, Buenos Aires, 1983, pág 27.

[3] Ricardo Rojas :El Santo de la Espada, Buenos Aires, 1983, pág. 71.

[4]  Cit. por Héctor Piccinali: Testimonios católicos del General San Martín, Revista Mikael, Buenos Aires Nº 16, 1978, pág. 90.

[5]  El General  San Martín, cit. por H. Piccinali, op.cit. pág. 90

[6] Armando Tonelli: El General San Martín y la Masonería, Buenos Aires, 1944, págs 23-24.

[7]  Roque Raúl Aragón: La Política de San Martín, Córdoba, Universidad Nacional de Entre Ríos, 1982, pág. 18-19; Cayetano Bruno: La religiosidad del General San Martín, Ed. Don Bosco, Boulogne, Buenos Aires, 1978, págs 21-22. A. J. Pérez Amuchástegui, sin prestar ninguna evidencia, opina que “es obvio que el General, como dice Le Belge, tenía que estar vinculado a esa hermandad para que le honrase” (Ideología y Acción de San Martín, Buenos Aires, Eudeba, 1966, pág. 88).

[8]  Guillermo Furlong: El General San Martín, ¿ Masón -Católico- Deísta?, Buenos Aires, Theoría, 1963, pág 136.

[9]  P. Cayetano Bruno: Historia de la Iglesia en la Argentina, cit. por Héctor Piccinali en  San Martín y el Liberalismo, Revista Gladius, Buenos Aires, Nº 19, 25/12/90, pág. 116.

[10]  Roque Raúl Aragón, op.cit., pág.19.

[11]  Tomás de Iriarte: Memorias. Tomo I, cit. por  Aragón, op.cit., nota 8, pág.19.

[12]  Existe documentación probatoria de que Bolívar perteneció a una logia de París, dependiente de la Masonería Francesa, por eso no figura registrado en la rama anglosajona.

[13]  Aragón, op. cit., pág. 21.