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Vicente Fidel Lopez

RETRATO DEL GENERAL SAN MARTÍN

Vicente Fidel López 

Bajo la apariencia formal y rígida de un soldado sin gustos ni hábitos civiles, San Martín ocultaba un espíritu culto y una sagacidad comparable sólo con su paciencia y con su constancia para esperar las ocasiones de producirse en la alta esfera que venía buscando.

De la política interna y de las facciones nada le interesaba. Lo que él ambicionaba era la gloria de contribuir al triunfo definitivo de la independencia, seguro de que sus calidades le habían de señalar el primer puesto en la historia de Sud América. Ajeno a toda otra ambición, su mira por el momento era hacerse aceptar del partido que imperase en el gobierno para que se le pusiese a la cabeza de alguna fuerza o ejército en que él pudiera mostrarse.

Era pues un militar sin ambición política: un verdadero libertador ajeno a toda intención de apropiarse el poder de los países que quería libertar...San Martín respondía a un tipo enteramente diverso. Sin hacer nada por brillar imponía respeto, no sólo porque se dejaba ver en él la posesión tranquila de sus grandes calidades militares, sino por la austeridad de la vida y de las costumbres intachables que le daban el sello de un soldado serio y correcto.

Hijo de un oficial científico muy distinguido, pero pobre, se había endurecido desde temprano en el combate de las pruebas difíciles y arduas. Por temperamento y por hábito había dedicado todas sus facultades a la ímproba labor de hacerse meritorio por la regularidad de su servicio y por la firmeza reflexiva de su valor personal. Aunque poco obsequioso de suyo, disimulaba admirablemente la reserva y la sagacidad vivacísima de su carácter, empleando con naturalidad un tono franco pero sobrio, recio y descuidado al parecer, pero sin que se le deslizara jamás una imprudencia, una palabra o un concepto agraviante.

Con sus oficiales era incisivo y categórico en todo cuanto tocaba al servicio; pero en los momentos de intimidad y de trato familiar les permitía y él se permitía con ellos, todas las franquezas de un buen camarada de cuartel. De este artificio se valía para estudiarlos a fondo y para hacerlos comprender instintivamente la idea de su persona que quería imponerles, sin descubrirse ni entregarse.

Después, había en el fondo de esta robusta corteza un alma leal y sensible, fácil para ligarse con una amistad verdadera y leal cuando encontraba personas dignas de su confianza. Con sus enemigos fue siempre generoso: a sus detractores no les opuso más armas que el silencio. Y la ternura que cobijaba este corazón guerrero, tan endurecido en la vida de los combates, quedó hondamente marcada en el hogar de la hija única que en su viudez fue la dueña de su cariño: en el amoroso respeto que prodigó toda su vida a su venerable suegro.

Llano y sencillamente fuerte en todo, desde el severo traje que usaba hasta la forma exterior de sus ideas, San Martín era un hombre sin más accidente teatral que el aire de un soldado hecho, ingénito, que formaba diremos así su propia persona sin que entrara para nada el propósito deliberado de manifestarlo. La talla poco más arriba de la mediano, la musculatura vigorosa pero sin volumen, correspondían más al hombre endurecido en los campamentos que al hombre culto de la alta sociedad, o -si se quiere- de la parte ligera de la alta sociedad.

Los antiguos lo hubieran hecho hijo de Vulcano y de alguna trasteverina tostada de Monte-Janículo. Los rasgos de su fisonomía eran muy regulares: atrayentes y simpáticos también, porque recelaban la pureza moral de su índole, a pesar del gesto duro, o más bien dicho enérgico, con que la naturaleza lo había preparado a las terribles escenas de la guerra que debían hacer su nombre tan ilustre en la historia de la América del Sur.

En su tez morena se abrillantaba la penetrante sagacidad de la mirada: y el pecho saliente, la cabeza erguida completaban aquel tipo tan hermoso del soldado español que se conserva hoy en el soldado inglés: marcial, imponente y suelto al mismo tiempo.

(Historia de la República Argentina, Buenos Aires, 1885, t. IV.)  

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